Viajes con mi perro

Perros y Umberto Eco.

 

Una vida de perros

 Umberto Eco

Una mujer salió a buscar hongos acompañada por una amiga y la perra de su amiga.

Fue picada por una avispa y cayó en un choque anafiláctico. Dejó de respirar y su amiga telefoneó pidiendo ayuda, pero esa ayuda tardaba en llegar porque estaban en un bosque tupido y era difícil determinar su localización exacta. De manera que el perro –en lugar de permanecer allí, lamiendo la mano de la mujer agonizante, como su instinto le hubiera mandado– salió como un cohete, cruzó el bosque, encontró a los rescatistas y los guió hasta el lugar correcto.

El etnólogo italiano Danilo Mainardi narró recientemente esta historia en el diario Corriere della Sera para ilustrar que los perros no están gobernados totalmente por el instinto –que exhiben también un comportamiento “inteligente”—.
El perro de esta anécdota no sólo hizo caso omiso de su instinto de permanecer con la persona lesionada, sino también elaboró un plan complejo que involucraba a varios humanos.
Esta historia, y los comentarios de Mainardi, traen a la mente la antigua y amplia literatura relacionada con la capacidad de los perros para razonar –y en particular las obras de los filósofos griegos—. Uno de los textos que ha tenido una influencia considerable en la posteridad es la Historia Natural de Plinio, escrita en el primer siglo. También se refiere a peces, aves y otras especies, pero se enfoca extensamente en la inteligencia canina. Plinio menciona un perro que reconoció al asesino de su amo en medio de una muchedumbre. Mordiendo y ladrando, el perro obligó al hombre a confesar su crimen. Después está el relato de un perro cuyo dueño fue sentenciado a muerte. El perro aulló lastimeramente ante el cuerpo de su amo, y cuando un espectador le arrojó un pedazo de comida, el perro lo llevó hasta la boca del hombre muerto. Cuando el cadáver del hombre fue arrojado más tarde al Tíber, el perro se arrojó al río para tratar de rescatarlo.
Pero, desde un punto de vista filosófico, el debate sobre la inteligencia canina ya había estado presente desde tres siglos antes de lo narrado por Plinio, entre los estoicos, académicos y epicúreos. Dentro del ámbito del debate de los estoicos aparece un argumento atribuido al filósofo Crisipo que sería retomado y popularizado casi cinco siglos después por Sexto Empirico. Sexto, filósofo e historiador griego, sostenía que los perros son capaces de razonamiento lógico y, para probarlo, escribió que un perro, habiendo llegado a una encrucijada de tres caminos, y tras detectar, mediante su olfato, que la presa no había seguido dos de los tres senderos, corría de inmediato por la tercera ruta, sin detenerse siquiera a olisquearla. Supuestamente, el razonamiento del perro era el siguiente: “La presa tomó esta ruta, o la segunda o la tercera; ahora bien, si no es la primera ni la segunda, entonces debe ser la tercera”.
Sexto dijo también que los perros poseían “logos” –o razón– porque comprendían cómo debían atender sus heridas: remover las astillas de sus patas, mantener inmóviles sus extremidades, encontrar las hierbas adecuadas para aliviar su sufrimiento. En cuanto a la cuestión de un lenguaje animal, es verdad que los humanos no podemos comprender plenamente el “idioma” de los animales; pero sí podemos discernir los tipos diferentes de sonido que hacen los perros en situaciones diversas.
Podríamos continuar citando a un contemporáneo de Plinio: Plutarco, en su ensayo “Sobre la inteligencia de los animales” argumentaba que si bien el razonamiento de los animales ciertamente es imperfecto comparado con el razonamiento humano, los animales efectivamente exhiben razonamiento en las formas en que se adaptan y escogen. Y en “Que las bestias brutas hacen uso de la razón”, responde a quienes piensan que es demasiado atribuirles razón a los animales –seres carentes de una noción innata de la divinidad– al señalar que tampoco todos los humanos creen en un poder divino.
En el segundo siglo, en su obra “Sobre la naturaleza de los animales”, Aeliano describe a los animales enamorándose de los humanos. En “Sobre la abstinencia de la comida animal”, escrita por Porfirio más de cien años después, el autor sirio, un neoplatonista, argumenta que la inteligencia animal es una razón para hacerse vegetariano. Estos son todos temas que han prevalecido hasta los tiempos modernos, incluso en los días actuales.
Aun si no hay una definición universalmente aceptada de la inteligencia canina, deberíamos ser más sensitivos acerca de este misterio. Y si es demasiado pedir que todos adopten el vegetarianismo, quizá aquellos dueños de perros que son menos inteligentes que sus mascotas podrían dejar de abandonarlos al lado del camino.
* Novelista y semiólogo italiano.
  Artículo publicado en www.elespectador.com:                      
   http://elespectador.com/impreso/opinion/columna-312120-una-vida-de-perros

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