No tengo ni idea de por qué Cooper me despertó a las 6,40 de la mañana el día que estábamos durmiendo en la Hospedería Porta Coeli en Sigüenza. Lo que si sé es que cuando a las 8 de la mañana salí con él a dar un paseo solitario por la ciudad no pude por menos que agradecérselo…Y es que pasear por una Sigüenza desierta, con el silencio como protagonista absoluto sólo interrumpido por el ruido de mis pisadas y los primeros rayos de sol iluminando la ciudad, fue un verdadero placer. Nos detuvimos primero en la Plaza Mayor donde le solté para jugar un rato con un palo que encontró en el camino.
La Plaza Mayor a las 8 de la mañana. |
Y desde ahí nos dirigimos a la calle del Cardenal Mendoza que fue obispo de Sigüenza en el S.XV hasta llegar al Palacio Episcopal y la Antigua Universidad. Mi intención era acercarme a conocer la Alameda un jardín neoclásico de principios del S.XIX de trazado longitudinal que sigue el curso del río Henares entre cuya vegetación destacan pinos, tilos, abedules, castaños de indias, arces, etc, pero cuando estaba frente al torreón y muralla del S.XIV que está cerca del Palacio Episcopal y me dí cuenta de que eran ya las 9,30 h. decidí renunciar a proseguir mi paseo pues la noche anterior había acordado encontrarme con el resto del grupo en la cafetería del hotel para irnos tras el desayuno a Pelegrina y desde ahí a hacer una ruta por el Parque Natural del Barranco del río Dulce ya que en la Oficina de Información y Turismo nos habían informado que a las 12 había una visita guiada que salía del único bar que hay en Pelegrina.
Así es que regresamos al hotel, y después de dejar a Cooper en la habitación, me reuní con mis amigos en la cafetería. Tras el desayuno, por cierto, variado y abundante, recogimos nuestras maletas, pagamos el hotel y tras recorrer 8 Km llegamos a Pelegrina que está situada a los pies de las ruinas de su castillo que fue levantado por los obispos como residencia estival en el S.XII. Tiene una pequeña iglesia románica también del siglo XII.
Allí frente al único restaurante que existe en Pelegrina, nos encontramos con Leticia que se convertiría en nuestra guía por el Parque Natural del Barranco del río Dulce. Fue en este Parque donde el famoso naturalista Félix Rodriguez de la Fuente filmó gran parte de las imágenes del documental Fauna Ibérica.
Cooper con nuestro intrépido grupo antes de iniciar la ruta... |
Existen varios recorridos por el parque. Nosotros hicimos la ruta que sale de Pelegrina denominada ruta de la Hoz que tiene una distancia de 4 Km y una duración aproximada de 2h ida y vuelta, siendo su dificultad baja-media. Es un recorrido circular que permite descubrir el paraje más abrupto del parque. Aunque tengo que confesar que si en algo nos pusimos todos de acuerdo desde el primer momento, lo que da una idea de nuestra preparación física, fue en que la ruta que deseábamos hacer es una que hay adaptada para invidentes de 1,5 Km. pero al llegar a Pelegrina nos enteramos que dicha ruta parte de otro pueblo cercano, La Cabrera, por lo que no nos quedó más remedio que renunciar a nuestro proyecto inicial.
Pelegrina |
Descendiendo hacia el río. |
Así, pues, tomamos la pista que desciende del pueblo hasta el río y continuamos por la orilla durante 1,5 Km hasta la caseta donde Félix Rodriguez de la Fuente guardaba el equipo de filmación. Aunque en realidad Cooper y yo nos separamos casi desde el principio del recorrido del grupo adelántandonos la mayor parte del tiempo y retrocediendo cuando deseábamos hacerles saber algo como, por ejemplo, cuando ví por primera vez un grupo de buietres leonados sobre una roca.
Y es que al comienzo de la excursión Leticia me hizo saber que las normas del parque especificaban que el perro debía ir atado durante el recorrido y aunque comprendí que ella estaba allí para hacerlas cumplir, me resultó difícil encontrarle sentido a una norma como esa, así es que tras hacer un tramo con él atado decidí aplicar el mismo sentido común que intento aplicar a mis paseos con Cooper en general, es decir, llevarlo suelto y atarlo cuando creo que pueda suponer un peligro para otras personas o para él mismo. Y así lo hice en esta caso. Ni que decir tiene que cuando se vió suelto y próximo al río se metió en el agua que supongo debía estar literalmene helada a juzgar por el poco tiempo que estuvo dentro.
La placa que señala la caseta de Félix Rodriguez de la Fuente |
Fue a la altura de la caseta de Felix Rodriguez de la Fuente que decidí separarme definitivamente del grupo y si esta vez tomé esta decisión fue para evitarme un tramo que la guía nos había dicho que no era apto para personas con propensión al vértigo lo cual es mi caso…Por otra parte, dado que el arrojo y la valentía no es algo que caracterice a Cooper decidí evitar un posible mal trago para ambos…así es que decidi volver al punto de partida de la ruta circular que estábamos haciendo y encontrarme así con el grupo, pero al llegar al puente de madera que enlaza con la pista inicial me equivoqué y me metí por un tramo de la ruta del Quijote que por un camino ascendente se dirige a Torremocha del Campo.Cuando ya estábamos a bastante altitud me dí cuenta de mi error y decidí bajar por si mis compañeros de excursión ya habían terminado la senda y se inquietaban por no vernos. Al bajar me los encontré casi llegando al mismo tiempo, un poco más adelante Cooper volvió a bañarse pero en una zona menos caudalosa y sospecho que menos fria a juzgar por lo que me costó esta vez convencerlo de que saliera.
Los buitres emitían unos sonidos que me resultaron extrañísimos pues parecían más propios de un mamífero de gran tamaño que de un ave. A Cooper también debieron atraerle pues tuve que atarlo de nuevo, hasta tal punto se mostró decidido a escaparse hacía las buitreras que era el lugar del que procedía el sonido y quien sabe sin también algún olor que yo naturalmente no percibía y él sin duda sí.
Una de las buitreras |
Descansando junto a su dueña. |
Cuando regresamos a Pelegrina mis amigos decidieron comer en el restaurante un cordero que previamente habían encargado. A mí no me gusta demasiado ese plato y tampoco me imaginé comiendo relajada dejando a Cooper encerrado en el coche así es que me disculpé por mi ausencia y me compré un bocadillo de tortilla cuyo pan compartí con Cooper sentados los dos en un pequeña pradera frente al bar. El día era espectacular con una temperatura agradabilísima y un cielo azul limpísimo sin una sola nube, así es que allí nos quedamos echados plácidamente mientras esperábamos a que terminasen de comer. Allí echada pude contemplar el vuelo majestuoso de los buitres que volaban sobre nuestras cabezas, hubo un momento que llegué a contabilizar¡ 20!!.
El mirador dedicado a Felix Rodriguez de la Fuente visto desde el Parque. |
Después de la comida decidimos regresar a Madrid, pero antes paramos en el Mirador de Félix Rodriguez de la Fuente que está entre la carretera que une Torremocha del Campo y Sigüenza y desde el que se ve una magnífica panorámica del Barranco del río Dulce. Por un momento pensé en acercarme a conocer Atienza pues había leído que es también una villa medieval muy bonita, pero como no me apetecía hacer el viaje de regreso a Madrid de noche, decidí dejar la visita para otra ocasión.
Cuando llegué a mi casa tuve la extraña sensación de haberme ido hacía mucho mucho tiempo. Me pareció extraño pensar que había estado ausente apenas 36 h. Pensé que diferente es la medida del tiempo cuando todo lo que vives es nuevo y lo vives instalado en el presente como sólo uno vive en la infancia y recordé un texto del poeta Luis Cernuda que se llama precisamente El Tiempo y que tanto me gusta:
Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien.) Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre ha vivido una vez libre del aguijón de la muerte. ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?
Recuerdo aquel rincón del patio en la casa natal, yo a solas y sentado en el primer peldaño de la escalera de mármol. La vela estaba echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra, y sobre la lona, por donde se filtraba tamizada la luz del mediodía, una estrella destacaba sus seis puntas de paño rojo. Subían hasta los balcones abiertos, por el hueco del patio, las hojas anchas de las latanias, de un verde oscuro y brillante, y abajo, en torno de la fuente, agrupadas, las matas floridas de adelfas y azaleas.
Sonaba el agua al caer con un ritmo igual, adormecedor, y allá en el fondo del agua unos peces escarlata nadaban con inquieto movimiento, centelleando sus escamas en un relámpago de oro. Disuelta en el ambiente había una languidez que lentamente iba invadiendo mi cuerpo.
Allí, en el absoluto silencio estival, subrayado por el rumor del agua, los ojos abiertos a una clara penumbra que realzaba la vida misteriosa de las cosas, he visto cómo las horas quedaban inmóviles, suspensas en el aire, tal la nube que oculta un dios, puras y aéreas, sin pasar.