Viajes con mi perro

Melancolía.Primavera en Madrid.



"Sin poseer ni una sola gota de aristocracia en mis venas, ni estar convencido de que todo debe cambiar para que todo siga igual, ni haber pisado nunca Sicilia, ni tener demasiadas cosas que perder, me siento tan apesadumbrado como el príncipe de Salina en medio del baile, despidiéndose con su mirada de las cosas que ama al final de la conmovedora El Gatopardo. Me ocurre cuando paseo por Madrid y la exhaustiva memoria sentimental identifica los lugares que antes fueron salas de cine o veo otras en las que presientes su inmediata agonía". 

Así empieza el último artículo que he leído del crítico de cine Carlos Boyero y titulado "No se marchitan mis flores del mal". En su artículo se refiere exclusivamente a la melancolía que le producen el cierre de las salas de cine. Comparto su pesar por este hecho-hoy mismo he recibido con pena la noticia del próximo cierre de la sala Morasol- pero en mi caso empiezo a sentirme abatida no sólo por ello sino además por la crisis en general y por el continúo torrente de malas noticias que recibo cada día relacionadas con ella y sus consecuencias.

Todos los días sin excepción me entero del cierre de algún establecimiento o negocio que ha formado parte del paisaje urbano por el que acostumbro a transitar en mis paseos por ciudad con Cooper.

Ayer sin ir más lejos recibí una carta de Bankia en la que se me informaba que la sucursal de Gijón en la que tengo una cuenta va cerrar por lo que me indicaban que debía a la mayor brevedad posible ponerme en contacto con ellos para solucionar los problemas administrativos que suponen dicho cierre.

Inmediatamente pensé en la situación laboral de los empleados que desde hace más de 20 años me atienden en dicha sucursal y tras hablar con uno de ellos y conocer su preocupación por su incierto destino colgué el teléfono con algo parecido al abatimiento.

A menudo, en los últimos tiempos, pienso en el libro de Stefan Zweig, El Mundo de Ayer, con la certeza de estar asistiendo como él relata en su libro al final mundo tal como lo conocimos.(Aunque en el caso del escritor austriaco nacido en 1881 se refiere a sus impresiones de la vida vienesa antes de la Primera Guerra Mundial)

Y no es que yo antes de esta crisis fuese muy optimista sobre los logros que la especie humana había conseguido- resulta difícil mostrarse satisfecho cuando cosas tan elementales como erradicar el hambre no se han conseguido nunca-pero al menos uno tenía la sensación de que un mundo mejor era posible y que estábamos en camino de conseguirlo poco a poco.

Nunca he participado de esa especie de locura consumista colectiva que se apoderó de España en los últimos años- soy alguien de costumbres morigeradas que siempre ha detestado la ostentación- así es que no estoy abatida porque la gente tenga que bajar su nivel de consumo.

De hecho, al principio de la crisis llegué a pensar que igual ésta iba a constituir una oportunidad para hacer un cambio de valores en una sociedad derrochadora y muchas veces estúpida hacia valores más auténticos.

Pero ahora me doy cuenta de que nada ha cambiado, simplemente ha bajado el nivel de vida de la mayoría, suponiendo para muchos la exclusión social, mientras que unos pocos siguen enriqueciéndose de un modo que resulta obsceno.Y sin poder evitarlo, hay veces-ahora-en las que pienso que todo está perdido y que tenían razón los que opinaban que "los malos siempre ganan". Y esa sensación de derrota produce en mí un decaimiento que creo que es generalizado en nuestro país. Realmente creo que no es exagerado definir en este momentos a la sociedad española como una sociedad deprimida.



Con ese estado de ánimo entré ayer a la Quinta de los Molinos en Madrid que es el parque al que voy con más frecuencia a pasear últimamente en compañía de Cooper. Me sentía tan apesadumbrada que creí que el paseo no iba a aportarme el efecto benéfico de otras veces.

Flor del Arbol del Amor, de Judea o de Judas. Según cuenta la leyenda Judas Iscariote se suicidó ahorcándose en uno de ellos.

Pero mi estado de ánimo empieza a cambiar en cuanto camino un poco y observo la exuberancia de la vegetación del parque.

He escrito en algún lugar de este blog que siempre he pensado que el otoño era la época más bonita de esta ciudad, pero este año debido a las intensas lluvias la explosión de la primavera constituye un espectáculo único.(" En el paisaje veo la presencia de Dios sobre todo en primavera, cuando después de haber caído un ligero chubasco el viento abre las nubes y el sol pone un destello brillante deslumbrador en los más insignificantes incidentes de la tierra y flota en el aire una luz mojada fresca nueva": Josep Pla)

No conozco Giverny. Por lo tanto, nunca he visitado la casa de Monet pero siempre que paso por este rincón del parque pienso que de un momento a otro va aparecer él resucitado con los pinceles en la mano.

Así todo, todavía hago el primer tramo del paseo pensando que quizás mi melancolía tenga que ver con hechos tan triviales como que acaba de ser mi cumpleaños y que poco a poco empiezo a acercarme a esa época en que todo es decadencia, soledad y ausencia. Me digo que quizás no debiera ser así y que el rejuvenecimiento anual de la Naturaleza debería hacerme creer en mi propio rejuvenecimiento transmitiéndome optimismo, pero poco a poco y mientras Cooper corretea alegre a mi lado todo pensamiento empieza a difuminarse y ya al igual que él sólo siento, huelo, percibo...Y comienzo a utilizar los ojos de mirar en lugar de los de ver…


A la hora en que estamos dando el paseo, estamos prácticamente solos en el parque. Me adentro un poco más en la dirección que más me gusta; Cooper se pega un breve remojón en el estanque y proseguimos nuestro paseo.


Y ya siento como me sucede otras veces como si Cooper y yo fuésemos los únicos habitantes de la tierra. Cooper, yo, las lilas cuajadas de flores que inundan el parque y las glicinias, los árboles de Judea o del amor, los lirios y tantos y tantos arbustos cuyo nombre desconozco. Y los pájaros que trinan celebrando la vida.


Cuando llego a nuestro sitio favorito me tumbo en la pradera bajo la sombra de un árbol.



Como siempre Cooper me imita y me observa pendiente de mis movimientos como preguntando con la mirada "y ahora ¿qué toca?". Cierro los ojos y me concentro en el canto de los pájaros. Entre todos ellos distingo el del mirlo cuyo canto a veces me parece más bonito que la más bella de las melodías.

En mi interior recito los primeros versos de un poema de Juan Ramón Jimenez (El viaje definitivo) y aunque habla de la muerte ya no estoy triste. La muerte. Hay gente que con solo nombrarla se siente angustiada, yo en cambio siempre la tengo presente. Recordándome lo efímero de la existencia, el milagro de estar vivo. Aunque sé por experiencia que sólo son consideraciones de orden intelectual porque cuando ella se presenta solo hay lugar para la desolación más absoluta. Pasa como un vendaval, dejándote inerme.

Y yo me iré.Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año
y lejos del bullicio, distinto, sordo, raro
del domingo cerrado,
del coche de las cinco, de las siestas del baño,
en el rincón secreto de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu de hoy errará nostálgico…

Y yo me iré y seré otro, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco
sin cielo azul y plácido...
Y se quedarán los pájaros cantando.

Pero vuelvo abrir los ojos  y en el sitio donde estoy solo hay lugar para la belleza, así es que me levanto, juego con Cooper y hago fotos.



Primero a las flores, luego a Cooper al que intento fotografiar en distintas posiciones recordando la página de la fotógrafa Sharon Montrose que me gustaría poder algún día emular: http://www.sharonmontrose.com/




Más tarde de lejos veo acercarse a una chica que conocí hace poco en el parque. Va acompañada por su precioso setter.


Tras los saludos caminamos juntas en dirección a la salida hablando animadamente de un montón de cosas. La conversación se prolonga un buen rato delante de mi coche. Finalmente nos despedimos hasta un próximo encuentro.

Cuando estoy conduciendo de regreso a casa extiendo el brazo hacia atrás y acaricio agradecida a Cooper por todo lo que me da sin él saberlo. No pongo la radio como otras veces, no quiero seguir oyendo malas noticias. Y escucho música...http://www.youtube.com/watch?v=1wTEylWQfcM

Ya es prácticamente de noche-no muy tarde, más o menos las 9,30-y para poner un broche de oro al paseo decido ir a tomar un vino al bar ruso Svetlana de la calle Chile, 19 que admite perros.("El vino que hace percibir la eternidad de las cosas elementales: la dulzura del fuego; la fina elipse del vuelo de un pájaro; el color de un asado; el dibujo de una hoja; el perfume de una hierbecilla; el parpadeo, lejano, frío, indiferente de una estrella": Josep Pla)

Y a las 10,30h más o menos regreso, por fin, a casa de un paseo que ha sido como un viaje...


2 comentarios

  1. Hola Patricia,
    Me ha hecho mucha ilusión recibir tus mensajes. Me alegra que te guste mi blog y que te sientas reflejada en él.
    Me cuentas en tu otro mensaje que tienes dos perros. A mí últimamente también me da de vez en cuando por pensar en coger otro, pero creo que hoy por hoy sería una locura. Pero¡me encantaría!!.
    Volviendo al blog, estoy ilusionada porque voy hacerle mejoras como, por ejemplo, poner un buscador que espero facilite mucho la búsqueda de los hoteles.
    Un saludo cariñoso.

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