Viajes con mi perro

Perros en la calle por Esther Tusquets.

Ayer estuve organizando mi biblioteca y me encontré con un artículo de Esther Tusquets en un suplemento cultural del periódico ABC del 11 de Septiembre de 1999. Lo copio a continuación aún cuando no comparto su afÔn eutasianador de los perros abandonados. Creo que antes de llegar a eso se puede luchar contra el abandono, promover la tenencia responsable y la adopción. Conozco cantidad de perros que han tenido una segunda oportunidad y a los que se ve felices, aunque también sé de perros que se mueren literalmente de tristeza cuando su dueño muere.

Si a pesar de todo copio aquƭ su artƭculo es porque me parece bonito como explica el vƭnculo tan especial que se establece entre el perro y su dueƱo basado en la lealtad y entrega incondicional del primero:

"No es que haya demasiados perros, atendiendo al nĆŗmero concreto de Ć©stos, sino que hay pocas personas o no las suficientes, capacitadas para tenerlos. Aparte de la seguridad, compaƱƭa y el cambio de mentalidad, la moda juega un papel importante. Se ha puesto de moda tener perro y personas insospechadas que no saben nada de animales se lanzan a comprar uno a regalarlo temerariamente o a aceptarlo como regalo. Alguien deberĆ­a advertirles en primer lugar que tener un perro causa muchas molestias y obliga a muchas limitaciones; y en segundo lugar, que cuando pasas a ser propietario de un perro has aceptado un pacto que durarĆ” quince o diecisĆ©is aƱos, lo que dure la vida del animal. TambiĆ©n explicarles que un perro no siempre sigue siendo tan delicioso como un cachorro; que los perros como todo, crecen y envejecen, y que su vejez puede ser  muy desagradable y dura de soportar, lo mismo para ellos que para nosotros. En definitiva, sólo deberĆ­amos tener perros las personas a las que nos gustan de forma desmedida y que sabemos lo que supone tenerlos.

El peor resultado de la moda y de quedarse frívolamente un perro es el abandono. En muchas ocasiones se me ha propuesto que escriba algo para remediar el gran número de perros que son abandonados en la ciudad o al borde de las carreteras, en el verano. Resulta que al llegar esta época mucha gente se da cuenta de que el perro supone un estorbo para el veraneo.

Si nunca he escrito sobre este tema es porque creo que no hay nada que decir : a las personas que son capaces de tener un perro y luego abandonarlo, no hay nada que yo pueda argumentarles, ni creo que sea eficaz establecer multas altĆ­simas, que en muy pocos casos podrĆ”n hacerse efectivas. Yo y los muchos que piensan como yo nos guardamos muy mucho, eso si, de tratar con tales gentes y nada en el mundo lograrĆ” convencerme de que no son unos irresponsables totales, con los que no hay que ir ni hasta el bar de la esquina. Ante los perros abandonados no le queda al Ayuntamiento otro recurso que recogerlos, guardarlos unos dĆ­as por si alguien los reclama o se hace cargo de ellos y sacrificarlos en caso contrario. Podemos exigir que la recogida, el encierro y el sacrificio sea lo menos doloroso posible(…).

He mencionado a los gatos y a los pĆ”jaros. SĆ­, conviven con los humanos en las viviendas y pueden ser incluidos entre los animales domĆ©sticos, pero a millas de distancia de los perros. Los pĆ”jaros son naturaleza enclaustrada; los gatos naturaleza hecha cercana y controlada (adiestrada incluso), pero un perro, al menos un perro urbano ya no es naturaleza, (aunque conserve ciertos rasgos de la naturaleza, como la conservamos nosotros), sino que ha pasado a ser un hecho cultural.

Tal como los conocemos hoy, en nuestro mundo inmediato, el perro es un invento del humano; hemos inventado y creado un hĆ­brido, un ser tal vez tan monstruoso como un engendro del doctor Frankestein, indiscutiblemente extraƱo e insólito, un ser construido a la medida de nuestras necesidades o de las que creĆ­amos o creyeron algunos que eran nuestras necesidades: Tal vez para conservar algĆŗn ligamen con una naturaleza cada vez mĆ”s remotos, para no sentir miedo, tal vez para no sentirnos excesivamente solos en un mundo en que el hombre estĆ” cada vez mĆ”s aislado, tal vez para disponer de un otro que te brinde una devoción infinita, una devoción hasta la muerte, ser para otro, para un ser vivo, infinitamente importante, un ser vivo que todo lo espera y lo recibe de nosotros, al que podemos hacer desdichado o feliz sin lĆ­mites (¡Tan difĆ­cil, en cambio, tan complicado, es el hacer felices a los hombres que hemos amado o a nuestros propios hijos!). Todas las maƱanas cuando me despierto y pongo los pies en el suelo, mis perros enloquecen de alegrĆ­a , de pura felicidad porque comienza un dĆ­a nuevo.

Tal vez no lo debiĆ©ramos haber hecho, quizĆ” ni siquiera tuvimos derecho a hacerlo, pero lo hicimos y ahĆ­ estĆ”n: monstruos de Frankestein, rĆ©plicas de Blade Runner. Pero ¿quĆ© es lo que hicimos en realidad?.¿Cómo lo hicimos? Lo hicimos por medio de amor. Creamos a un animal cuya necesidad fuera querer y sentirse querido, no por otros de su especie ni por simples instintos animales, sino por seres de otra especie y a travĆ©s de complejos intereses culturales…

¡QuĆ© simpleza tantas y tantas veces repetida, afirmar que el sitio de un perro no estĆ” en un piso de la ciudad, sino en lo alto de un monte!. El sitio de un perro estĆ” donde estĆ© su dueƱo. Puedo instalarme en  lo alto de las montaƱas, pero mis gossos dĆ”tura no saldrĆ”n de casa si yo estoy en la cama y me requerirĆ”n para que salga con ellos al campo cada vez que quieran salir. Cuando una de mis perras parió en casa en un piso sin terraza ni jardĆ­n(hay un jardĆ­n comunitario pero no estĆ” permitido que lo utilicen los perros), no solo pude hacer en todo momento con ella y con los cachorros lo que me diera la gana, sino que Ćŗnicamente las primeras veinticuatro, cuarenta y ocho horas vivió la hembra absolutamente dedicada a sus crĆ­as y luego repartió su atención entre sus cachorrillos y su ama.

Parió Mila, mi gossa dĆ”tura actual, diez cachorros; no tenĆ­a mamas para todos y, para salvar a los mĆ”s dĆ©biles, yo los ponĆ­a a mamar primero y sólo despuĆ©s permitĆ­a que se acercaran avasalladoramente los mĆ”s gordos fuertes y voraces. Pues bien, a partir de la tercera noche Mila vino a despertarme puntualmente  a las tres de la madrugada para que yo le organizara la lactancia, ya que sin mĆ­, entendió ella, no funcionaba como debiera. Funcionó de maravilla, y los diez cachorros salieron adelante, pero no puede decirse que fuera del modo mĆ”s instintivo.

Un perro puede adaptarse a todo, puede vivir en cualquier circunstancia si no le falta su dueño. Por eso, y no por otra cosa, admito que haya sacrificar a los perros abandonados o perdidos. No habrÔ que matar un canario, ni siquiera tal vez a un gato(aunque existen me segura Concha Alós, gatos que se han contagiado de la rara perversidad del perro): bastaría con proporcionarles buenas jaulas, atenciones veterinarias y la comida adecuada. Un perro que ha establecido una especialísima relación con el humano-basta con que se le dé una mínima oportunidad para establecerla-depende de hecho no de sí mismo, sino de nosotros por lo que no basta con lo anterior. Un perro muere por falta de cariño, porque lo han abandonado, porque ha muerto su dueño. Cierto que hay perros mÔs compartidos, perros de toda la familia, pero cuando muere el único dueño es una tarea ímproba rescatar al animal de la melancolía y de la muerte.

Así es que sólo deberían tener perros las personas que supieran lo que esto significa, para bien del perro, de sí mismas y de la comunidad, y lo asumieran con todas sus consecuencias. Hay que disuadir a quienes sintiendo el antojo de un cachorro quisiera adoptarlo: no, hay que convencerles de que es mejor un vídeo nuevo, o la asistencia de un curso de yoga, o cualquier otra cosa. Habría que limitar en lo posible las camadas y no dejar con vida a los cachorros que no tuvieran la posibilidad de dueño. Habría que establecer unas costumbres, nacidas de un acuerdo razonable entre las gentes con perro y las gentes sin perro, para que los animales no molesten a unos ni le hagan la vida imposible a otros por el simple hecho de tenerlos.

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